Época: Antoninos
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Los Antoninos

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Los sucesores de Antonino Pío por la vía de la adopción, Marco Aurelio y Lucio Vero, levantaron en su honor una columna de granito rojo como soporte de una estatua. No había en la columna figura ni recuerdo alguno, ni fácilmente podía haberlos, pues Antonino nunca había desempeñado un mando militar, ni siquiera salido de Italia en sus veintitrés años de emperador. Fue la suya una época de paz, y para quienes quisieron quebrantarla -los moros de Mauritania, los brigantios de Britannia, los dacios del Danubio y los partos de allende el Eufrates- contaba el emperador con un plantel de generales que supieron tenerlos a raya.
La columna y su basa aparecieron en el siglo XVIII, pero la columna se rompió y sus trozos fueron aprovechados en la restauración del obelisco del Circo Máximo, que se levantó en el mismo sitio en que la columna había aparecido, la Piazza di Montecitorio. La basa se encuentra desde el siglo pasado en el Giardino della Pigna, del Vaticano.

Uno de sus lados lo ocupa la inscripción dedicatoria, muy lacónica: "Divo Antonino Aug(usto) Pio / Antoninus Augustos (Marco Aurelio) et Verus Augustus (Lucio Vero) filii". Sus hijos adoptivos levantaron, pues, la columna como pedestal de la estatua dorada del emperador divinizado.

El relieve principal, algo parecido al de la Apoteosis de Sabina, tiene sin embargo tantos rasgos extraños que se ha querido ver en él la influencia del mitraísmo. No hay en él más figuras históricas que las del emperador y la emperatriz fallecidos. Sus efigies -magníficos retratos las dos- se encuentran a espaldas de un gigante alado desnudo, cuyas alas ocupan casi todo el centro de la superficie disponible en su soberbio vuelo hacia el empíreo. Dos águilas, símbolos de apoteosis, una por cada uno de los viajeros, la emperatriz, muerta hacía veinte años, que ha bajado a la tierra a buscar a su marido, y el emperador que acaba de ser incinerado. El ustrinum en que se practicó la cremación (como la de Adriano y la de todos los Antoninos) estaba en el Campo de Marte, al lado del emplazamiento de la columna, y por tanto es natural que una de las personificaciones presentes en el acto de la traslación sea el Genio del Campo Marcio, abrazado al obelisco del Reloj de Augusto, alzado en aquel lugar.

Otra figura alegórica, la de Dea Roma, bellísima en sus ropajes y en sus armas, extiende su brazo en un sentido adiós a la imperial pareja. El genio alado encargado del transporte no es Thánatos ni otra figura de la tradición funeraria griega o romana, sino un personaje a quien se conocía en el Oriente como Aión, el Tiempo Eterno, que figura en la Apoteosis de Homero y en otros monumentos, y lleva en la mano la esfera celeste y representados en ella la luna y las estrellas (el sol es la serpiente que la rodea). El mitraísmo iniciaba así en Roma la carrera triunfal que había de hacer de él el rival más peligroso del cristianismo.

Los otros dos lados del pedestal representan sendas decursiones, quizá una por cada uno de los fallecidos. La decursio era una ceremonia de culto a los héroes que se remontaba a la edad de los mitos. Un oinochoe etrusco del siglo VII la representa y le da el mismo nombre con que aún la conoció Virgilio: Truia ("Troiaque nunc pueri, Troianum dicitur agmen", de Eneida, V, 602). Ya Homero la describe brevemente entre las honras fúnebres que los mirmidones tributan a Patroclo: "Tres veces alrededor del cadáver hicieron correr a sus corceles de hermosas crines, mientras ellos entonaban sus alaridos; Tetis, a su lado, los inducía al llanto. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas también las armas de los héroes..." (Il. XXIII, 13-15).

Los ejecutantes de las decursiones representadas en el pedestal son los jinetes y peones de la guardia pretoriana, caracterizados por sus estandartes, los primeros cabalgando en rueda alrededor de los segundos, que parecen simular un combate o correr a paso ligero. El relieve es muy distinto del principal, tan académico éste; su arte tiene tal sabor popular, que ha sido calificado de naïf, y no es el único de este género. Lo excepcional en él estriba en la relativa monumentalidad de sus dimensiones.